La noche en que salió en libertad, después de haber estado cuarenta y tres años en la cárcel, estaba más asustado que la noche en que los jurados lo condenaron a prisión perpetua.
El viaje por la moderna autopista es una experiencia paralizante, cientos de autos, como hormigas llevando una carga invisible, aparecen y se pierden en el horizonte a una velocidad de vértigo. El había esperado salir de la prisión desde el mismo día que entró en ella, pero ahora está asustado.
En el autobús se esfuerza por recordar el momento en que se enteró de que estaba libre. Le dijeron que se bañara y se vistiera… le dieron un pantalón marrón, una camisa blanca, un suéter gris, un saco sport beige… zapatos negros y un par de medias de algodón marrones. Adentro para él era todo gris, afuera los colores son importantes..
Está seguro de que esta ropa no es suya, le queda perfecta a pesar de estar tan delgado, en los últimos cuarenta y tres años sólo se había vestido de forma parecida tres o cuatro veces, cuando tuvo que asistir al juicio en el que finalmente lo condenaron.
Sabe que firmó un papel, que lo hicieron esperar… no recuerda cuanto tiempo pero le parecieron minutos infinitos hasta que escuchó la voz, hasta ese momento amiga, del guardia diciéndole que estaba libre. En realidad no estuvo seguro de nada hasta que se vió en la puerta de la cárcel con la pequeña mochila, regalo de Alicia el día que cumplió sesenta y tres, hace apenas dos meses.
Parece que mi hermana sabía - pensó-
Dentro de la mochila una afeitadora eléctrica, la crema y el cepillo de dientes; tres pañuelos blancos, que en realidad no necesitaba porque nunca se resfriaba, un par de zapatillas negras, regalo de su compañero de celda; dos pares de medias también negras, un par de slips azules y punto. Su capital para iniciar una vida.
Antes, cuando llegó a la prisión llevaba un bolso repleto de cosas, algunas las fue regalando, otras se las fueron quitando poco a poco aunque por algunas tuvo que pelear, aunque nunca había sido violento y eso de pelear no le gustaba, pero adentro había que templarse, hacerse de una coraza que permitiera vivir. Tampoco entendía por qué lo llamaban “el loco del martillo”.
Adentro vivía convencido de que a él no le iba a pasar lo que a aquel jovencito también convicto por asalto a mano armada, que se fue dejando estar… que buscó de cualquier modo obtener la droga que según decía, le permitía olvidar y que apenas sobrevivió unos pocos meses… Fué triste…
No, de ninguna manera. A él eso no le iba a pasar, se decía cada mañana.
Y no le pasó.
MartaRosa